Opinión:
Urbanización,
una amenaza “estéticamente amigable”
para el bosque nativo
Por
Aníbal Pauchard
Universidad de Concepción & Instituto de
Ecología y Biodiversidad
Cada año, durante los meses de veranos, es posible
observar cómo la urbanización turística
ha ido aumentando fuertemente en las zonas con atractivos
naturales como lagos y precordillera de la zona central
y sur de nuestro país. La mayoría de este
desarrollo se efectúa en zonas con una cubierta
de bosque nativo ya sea en estado de renoval o en menor
proporción bosque primario.
Por
un lado, impresiona ver cómo el bosque nativo
ha regenerado en las últimas dos décadas
después de la suspensión de un uso altamente
destructivo y la constante acción del fuego.
Pero por otro lado, sorprende de igual manera la creciente
presión por urbanización y la subdivisión
de los terrenos en parcelas de agrado. En algunas áreas,
es prácticamente imposible disfrutar de las bellezas
como ríos, debido a que sus riveras están
completamente cercadas cada 200 metros. El ejemplo emblemático
es el área de Pucón y alrededores, donde
la población flotante durante el verano y parte
de la temporada invernal supera con creces la población
local.
El
efecto de la urbanización, lamentablemente, no
es sólo estético. La literatura demuestra
que la urbanización y consecuente cambio de uso
de la tierra está convirtiéndose en una
de las principales amenazas a la biodiversidad mundial.
Esta tendencia, por supuesto es más fuerte en
países desarrollados, pero rápidamente
esta siendo homologada en países en desarrollo
como Chile. Los efectos sobre la biodiversidad, van
desde la destrucción directa del hábitat
de animales y plantas, hasta efectos indirectos como
el aumento de especies exóticas invasoras como
perros y gatos, o el escape de especies de plantas ornamentales
que luego se vuelven invasoras de ambientes naturales.
Además, la urbanización contribuye fuertemente
a la fragmentación de los hábitat remanentes,
aumentando la densidad de caminos y aislando las poblaciones
naturales de plantas y animales. A todo esto se suma,
el aumento del uso de vehículos para poder desplazarse
a estos lugares más alejados, con los consecuentes
efectos de polución y gasto de combustibles fósiles.
No
cabe duda, de que todos queremos disfrutar de la naturaleza
y que el modelo actual favorece la propiedad privada.
Sin embargo, creo que podemos mejorar la forma en que
estos desarrollos urbanos se relacionan con su entorno
y podemos minimizar sus impactos ambientales. Lo primero,
debiera ser contar con planos de ordenación territorial,
en especial en aquellas áreas sensibles ambientalmente
(e.g. alrededor de parques nacionales).
Por
otro lado, el impacto podría concentrarse en
áreas núcleos de desarrollo, dejando grandes
extensiones como zonas de redes de áreas protegidas
privadas. Este modelo se esta implementado en otros
países, donde las casa-habitaciones se ubican
relativamente cercas unas de otras, pero el patio trasero
es parte de una reserva ecológica. Otra forma,
simple, pero crucial de mantener la biodiversidad, es
respetar la vegetación y los elementos existentes
anteriores a la construcción. De esta manera,
se disminuye el impacto directo por cambio de hábitat
y se mantiene la diversidad de especies, especialmente
vegetales. Es urgente, que pensemos en la consecuencia
de tener una segunda casa (e.g. descanso) a medida que
los ingresos per capita de nuestro país aumentan.
Resulta evidente, que las amenazas al bosque nativo
son cambiantes al igual que nuestra sociedad.
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