Revista nº 45
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Opinión:
Pobreza, medio ambiente y oscurantismo político

Por Cristián Frêne Conget
Ingeniero Forestal
Socio AIFBN

En el devenir histórico del concepto de pobreza, hasta hace dos décadas, cuando se hablaba de los pobres se hacía referencia a aquella parte de la población que no había logrado integrarse a la vida moderna debido a que las infraestructuras urbanas, productivas y de servicios no crecían lo suficientemente rápido como para absorber la masa social urbana que aumentaba aceleradamente por causas demográficas, migraciones del campo a la ciudad y otras. Los extremadamente pobres eran quienes no habían experimentado un desarrollo cultural y laboral como el requerido por el proceso social moderno, y constituían un cierto porcentaje de la sociedad que se aglomeraba en la periferia de las grandes ciudades.

En la actualidad se constata un empobrecimiento de la población y de los sistemas naturales y hasta un empobrecimiento biológico de la misma población. El concepto dominante de pobreza hasta ahora ha estado basado en la aproximación provista por el enfoque de las necesidades básicas, pero en la década pasada surgió un nuevo enfoque teórico de las necesidades humanas fundamentales a partir del cual ya no es posible hablar solamente de pobreza de subsistencia, si no que es necesario hablar de pobrezas de necesidades que pueden ser también de libertad, de afecto, de seguridad, de participación o de identidad, entre otras posibles. En relación a pobreza y el medio ambiente, aunque se encuentre concentrada y segregada territorialmente; y haya perdido gran parte de su potencial de lucha y acción, continúa presentándose como un peligro para el resto de la sociedad. Crea inseguridad ciudadana porque genera delincuencia. Para muchos, la acción delictual se presenta como el más fácil y accesible expediente para resolver los problemas de la subsistencia y para acceder a niveles de consumo a los que son excitados por la publicidad y los medios de comunicación de masas. Además, si bien las interacciones sistémicas entre pobreza y medio ambiente no parecen ofrecer dudas, hasta ahora no hay costumbre de tratar a estos temas en forma conjunta e integrada; por lo menos en Chile esto es así.

Rara vez encontramos un análisis de cómo los patrones y estilos que asumen las actividades humanas propias del proceso de “desarrollo” causan tanto pobreza como deterioro del medio ambiente. En Chile es posible comprobar que la pobreza actúa con frecuencia como causante del deterioro ambiental, tanto en el medio rural como en el urbano. Es posible constatar fácilmente cómo las mejores tierras han sido ocupadas históricamente por aquellos que poseen los medios y la tecnología para su explotación, rechazando a los más pobres que terminan por ocupar tierras de segunda categoría en las laderas de los cerros, históricamente cubiertos por bosques nativos.
Dada la baja productividad de los terrenos cubiertos con este recurso, la población pobre -obedeciendo a la ley del mercado y atenta a las ventajas comparativas propagandizadas por el modelo vigente- depreda los recursos naturales ante ofertas de compra de leña, metro ruma y otros para solventar sus necesidades básicas más apremiantes con tales ingresos. Luego vende los predios a precios atractivos a las industrias forestales para que sustituyan el bosque nativo con plantaciones exóticas como pino insigne y eucalipto, que generan una mayor renta privada para el mismo uso del recurso. Así, la expansión de las actividades forestales termina expulsando a las familias de las zonas rurales más pobres, engrosan la marginalidad urbana y a alterar todos los planes urbanísticos allí previstos.

Las áreas de Chile con mayor precariedad ambiental, posibles de señalar como áreas de mayor vulnerabilidad ambiental, son aquellas donde se encuentran principalmente concentrados los recursos naturales susceptibles de explotación intensiva para efectos de exportación. Chile puede exhibir una dinámica económica exitosa evidenciada por un crecimiento económico sostenido sobre la base de un dinámico sector exportador. Este se apoya directamente en la extracción de recursos naturales renovables y no renovables, que constituye el capital ecológico del país. Allí están nuestros minerales, particularmente de cobre, así como los recursos del mar, los bosques y los suelos fértiles que producen abundante fruta y vinos, todos para la exportación y consumo doméstico. Debería estar claro para todos que la potencialidad de este capital es limitada y su productividad dependerá de las prácticas más o menos adecuadas, desde el punto de vista ecológico, que se sigan para manejarlo.

En general el crecimiento económico del país, al hacer disponible una importante cantidad de infraestructura que contribuye a mejorar la calidad de vida (agua potable, alcantarillado, vías de comunicación expeditas, etc.), beneficia a toda la población en algunos aspectos. Sin embargo, también a nivel general, el crecimiento económico ha sido llevado a cabo teniendo tan poco cuidado con la realidad ecológico-ambiental que se han perdido, por ejemplo, miles de hectáreas de suelo fértil, han desaparecido especies de alto valor económico y ecológico y se ha contaminado a diestra y siniestra con grave perjuicio para la salud y la calidad de vida de la población presente y futura. Parece paradojal que mientras se constatan esfuerzos importantes por mejorar la calidad de vida de la población que resultan exitosos, simultáneamente se producen problemas ambientales y deterioros de la calidad de vida asociadas a los mismos procesos que tienen impactos positivos.

En Chile, utilizar sustentablemente la riqueza ambiental y proteger el medio ambiente del deterioro que sufre son procesos que no tienen ninguna prioridad, porque asumir estos procesos requiere ganar menos y obtener menos utilidades. Y la codicia de los grandes empresarios del país y de las transnacionales que ven en Chile un paraíso financiero no permite adoptar estos procesos. ¿Quién debiera velar entonces porque esto ocurriera? Es obvio, el Estado, el encargado de velar por el bien común. ¿Por qué no lo hace? Esta respuesta aparece como simple pero es bastante compleja, pero sin duda existe un contubernio entre poder político y económico que nos está llevando a todos a una crisis ambiental de la que, sin lugar a dudas, no se van a hacer cargo los que la provocaron.

En términos de manejo ambiental, es imprescindible el desarrollo en Chile de una política ambiental promotora a ultranza de la defensa de la calidad de vida de esta generación y de las venideras, entendida desde una rápida estructuración institucional a nivel estatal y de un marco legal transparente y participativo, con incentivos impositivos ambientales para las industrias y un sistema de monitoreo y de sanciones drásticas en casos de infracciones contra las leyes ambientales. Como elementos sustantivos de contenido debería apuntar a promover el ahorro de recursos y la diversificación, en particular energética, fomentar la educación ambiental y perseguir la creación de una cultura nacional ecológica y solidaria. Lograr esto último significaría que, frente a toda actividad propia del desarrollo, se tendrían presente desde el inicio los posibles impactos ambientales negativos y por lo tanto se podrían hacer los cambios y ajustes necesarios que permitieran prevenir la aparición de dichos impactos.

Es tiempo de generar un nuevo referente que enfrente esta realidad de manera decidida, el que debe fundir el conocimiento tradicional y el de la ciencia para proporcionar soluciones viables, convocando a investigadores y ecologistas, profesionales y técnicos, campesinos y ciudadanos urbanos, para establecer un cambio definitivo de este rumbo que lleva nuestra sociedad, desde el consumismo al bienestar, desde la lógica de la depredación de nuestro medio natural al de la interacción con nuestro entorno para satisfacer nuestras necesidades respetando los ritmos de nuestra madre Tierra. Quien diga que esto es imposible está condenado al fracaso.

Nota: Algunos textos obtenidos desde: SANCHEZ V. Y A. ELIZALDE. 1996. Pobreza y Medio Ambiente: el caso de Chile. En: Ernst R. Hajek (Comp.) Pobreza y Medio Ambiente en América Latina: 289-345. CIEDLA. Buenos Aires.


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