Opinión:
Pobreza,
medio ambiente y oscurantismo político
Por
Cristián Frêne Conget
Ingeniero Forestal
Socio AIFBN
En el devenir histórico del concepto de pobreza,
hasta hace dos décadas, cuando se hablaba de
los pobres se hacía referencia a aquella parte
de la población que no había logrado integrarse
a la vida moderna debido a que las infraestructuras
urbanas, productivas y de servicios no crecían
lo suficientemente rápido como para absorber
la masa social urbana que aumentaba aceleradamente por
causas demográficas, migraciones del campo a
la ciudad y otras. Los extremadamente pobres eran quienes
no habían experimentado un desarrollo cultural
y laboral como el requerido por el proceso social moderno,
y constituían un cierto porcentaje de la sociedad
que se aglomeraba en la periferia de las grandes ciudades.
En
la actualidad se constata un empobrecimiento de la población
y de los sistemas naturales y hasta un empobrecimiento
biológico de la misma población. El concepto
dominante de pobreza hasta ahora ha estado basado en
la aproximación provista por el enfoque de las
necesidades básicas, pero en la década
pasada surgió un nuevo enfoque teórico
de las necesidades humanas fundamentales a partir del
cual ya no es posible hablar solamente de pobreza de
subsistencia, si no que es necesario hablar de pobrezas
de necesidades que pueden ser también de libertad,
de afecto, de seguridad, de participación o de
identidad, entre otras posibles. En relación
a pobreza y el medio ambiente, aunque se encuentre concentrada
y segregada territorialmente; y haya perdido gran parte
de su potencial de lucha y acción, continúa
presentándose como un peligro para el resto de
la sociedad. Crea inseguridad ciudadana porque genera
delincuencia. Para muchos, la acción delictual
se presenta como el más fácil y accesible
expediente para resolver los problemas de la subsistencia
y para acceder a niveles de consumo a los que son excitados
por la publicidad y los medios de comunicación
de masas. Además, si bien las interacciones sistémicas
entre pobreza y medio ambiente no parecen ofrecer dudas,
hasta ahora no hay costumbre de tratar a estos temas
en forma conjunta e integrada; por lo menos en Chile
esto es así.
Rara
vez encontramos un análisis de cómo los
patrones y estilos que asumen las actividades humanas
propias del proceso de “desarrollo” causan
tanto pobreza como deterioro del medio ambiente. En
Chile es posible comprobar que la pobreza actúa
con frecuencia como causante del deterioro ambiental,
tanto en el medio rural como en el urbano. Es posible
constatar fácilmente cómo las mejores
tierras han sido ocupadas históricamente por
aquellos que poseen los medios y la tecnología
para su explotación, rechazando a los más
pobres que terminan por ocupar tierras de segunda categoría
en las laderas de los cerros, históricamente
cubiertos por bosques nativos.
Dada la baja productividad de los terrenos cubiertos
con este recurso, la población pobre -obedeciendo
a la ley del mercado y atenta a las ventajas comparativas
propagandizadas por el modelo vigente- depreda los recursos
naturales ante ofertas de compra de leña, metro
ruma y otros para solventar sus necesidades básicas
más apremiantes con tales ingresos. Luego vende
los predios a precios atractivos a las industrias forestales
para que sustituyan el bosque nativo con plantaciones
exóticas como pino insigne y eucalipto, que generan
una mayor renta privada para el mismo uso del recurso.
Así, la expansión de las actividades forestales
termina expulsando a las familias de las zonas rurales
más pobres, engrosan la marginalidad urbana y
a alterar todos los planes urbanísticos allí
previstos.
Las
áreas de Chile con mayor precariedad ambiental,
posibles de señalar como áreas de mayor
vulnerabilidad ambiental, son aquellas donde se encuentran
principalmente concentrados los recursos naturales susceptibles
de explotación intensiva para efectos de exportación.
Chile puede exhibir una dinámica económica
exitosa evidenciada por un crecimiento económico
sostenido sobre la base de un dinámico sector
exportador. Este se apoya directamente en la extracción
de recursos naturales renovables y no renovables, que
constituye el capital ecológico del país.
Allí están nuestros minerales, particularmente
de cobre, así como los recursos del mar, los
bosques y los suelos fértiles que producen abundante
fruta y vinos, todos para la exportación y consumo
doméstico. Debería estar claro para todos
que la potencialidad de este capital es limitada y su
productividad dependerá de las prácticas
más o menos adecuadas, desde el punto de vista
ecológico, que se sigan para manejarlo.
En
general el crecimiento económico del país,
al hacer disponible una importante cantidad de infraestructura
que contribuye a mejorar la calidad de vida (agua potable,
alcantarillado, vías de comunicación expeditas,
etc.), beneficia a toda la población en algunos
aspectos. Sin embargo, también a nivel general,
el crecimiento económico ha sido llevado a cabo
teniendo tan poco cuidado con la realidad ecológico-ambiental
que se han perdido, por ejemplo, miles de hectáreas
de suelo fértil, han desaparecido especies de
alto valor económico y ecológico y se
ha contaminado a diestra y siniestra con grave perjuicio
para la salud y la calidad de vida de la población
presente y futura. Parece paradojal que mientras se
constatan esfuerzos importantes por mejorar la calidad
de vida de la población que resultan exitosos,
simultáneamente se producen problemas ambientales
y deterioros de la calidad de vida asociadas a los mismos
procesos que tienen impactos positivos.
En
Chile, utilizar sustentablemente la riqueza ambiental
y proteger el medio ambiente del deterioro que sufre
son procesos que no tienen ninguna prioridad, porque
asumir estos procesos requiere ganar menos y obtener
menos utilidades. Y la codicia de los grandes empresarios
del país y de las transnacionales que ven en
Chile un paraíso financiero no permite adoptar
estos procesos. ¿Quién debiera velar entonces
porque esto ocurriera? Es obvio, el Estado, el encargado
de velar por el bien común. ¿Por qué
no lo hace? Esta respuesta aparece como simple pero
es bastante compleja, pero sin duda existe un contubernio
entre poder político y económico que nos
está llevando a todos a una crisis ambiental
de la que, sin lugar a dudas, no se van a hacer cargo
los que la provocaron.
En
términos de manejo ambiental, es imprescindible
el desarrollo en Chile de una política ambiental
promotora a ultranza de la defensa de la calidad de
vida de esta generación y de las venideras, entendida
desde una rápida estructuración institucional
a nivel estatal y de un marco legal transparente y participativo,
con incentivos impositivos ambientales para las industrias
y un sistema de monitoreo y de sanciones drásticas
en casos de infracciones contra las leyes ambientales.
Como elementos sustantivos de contenido debería
apuntar a promover el ahorro de recursos y la diversificación,
en particular energética, fomentar la educación
ambiental y perseguir la creación de una cultura
nacional ecológica y solidaria. Lograr esto último
significaría que, frente a toda actividad propia
del desarrollo, se tendrían presente desde el
inicio los posibles impactos ambientales negativos y
por lo tanto se podrían hacer los cambios y ajustes
necesarios que permitieran prevenir la aparición
de dichos impactos.
Es
tiempo de generar un nuevo referente que enfrente esta
realidad de manera decidida, el que debe fundir el conocimiento
tradicional y el de la ciencia para proporcionar soluciones
viables, convocando a investigadores y ecologistas,
profesionales y técnicos, campesinos y ciudadanos
urbanos, para establecer un cambio definitivo de este
rumbo que lleva nuestra sociedad, desde el consumismo
al bienestar, desde la lógica de la depredación
de nuestro medio natural al de la interacción
con nuestro entorno para satisfacer nuestras necesidades
respetando los ritmos de nuestra madre Tierra. Quien
diga que esto es imposible está condenado al
fracaso.
Nota:
Algunos textos obtenidos desde: SANCHEZ V. Y A. ELIZALDE.
1996. Pobreza y Medio Ambiente: el caso de Chile. En:
Ernst R. Hajek (Comp.) Pobreza y Medio Ambiente en América
Latina: 289-345. CIEDLA. Buenos Aires.
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